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Estructura De La Plegaria
Diego Maenza






ESTRUCTURA DE LA PLEGARIA



DIEGO MAENZA


В© Libros Duendes, 2020

В© Diego Maenza, 2018

www.librosduendes.com

www.diegomaenza.com


ESTRUCTURA DE LA PLEGARIA




PRIMERA PARTE


EN NOMBRE DEL PADRE




DOMINGO


Luz y oscuridad



Pater noster, qui es in caelis…


La oscuridad es la ceguera de los pensamientos, es el tronar del silencio. La oscuridad es una peste que deviene en mareo, una caricia de la nada, un frГ­o que cala los huesos, una amargura que se deglute con llanto. La oscuridad es una condenaciГіn hacia los temores del pasado, una incertidumbre hacia las calamidades del porvenir, una nebulosa que compacta los sentidos. La oscuridad. Y de repente, hijos mГ­os, pueden contemplar el mundo. Emerjo a la vigilia como si fuera excretado desde el abismo de la matriz. Me siento renacido aunque consciente del engaГ±o de mis sentidos. Percibo mi olor maГ±anero de fetidez hepГЎtica adherido a mis bozos, impregnado en el paГ±o de la almohada o simplemente integrado al ambiente del cuarto. Mientras tanto, el mundo permanece allГ­. Me incorporo y el destello que ingresa por la ventana me ciega y obliga a que tape mi cara. He despertado de un sueГ±o intranquilo que mi alma ha soportado no sin sobresaltos. Observo casi asombrado, como si fuera la vez primera, la aridez de las paredes del cuarto, la tristura que destilan sus vetustas cuarteaduras, las fotos grises sostenidas en contraste en los marcos de fabricaciГіn colorida, la pintura de un mundo encerrado en una burbuja de cristal que puede ser de protecciГіn para que algГєn peligro externo no lastime por nueva ocasiГіn la superficie, o puede que permanezca como contenciГіn para que no germinen los males incrustados en esa tierra devastada, para que ninguna Pandora curiosa vuelva a destapar sus hedores. Al fondo, tras el mundo, observo una vez mГЎs la imagen de Dios. Cerrando mis ojos, rezo. Padre amado, lГ­brame de todo pecado, que tuyo es el reino de la tierra y del cielo y tus designios son puros e incuestionables, limpia mi alma para que sea apartada de la tentaciГіn y bendice mi dГ­a.

Me incorporo e intuyo la amargura del vino instaurado en mis entraГ±as, en algГєn lugar de mis tejidos. Me deslizo hasta el baГ±o donde el espejo muestra las legaГ±as que mancillan mis ojos y que aparto con las yemas de mis dedos haciendo que el proceso me motive un estremecimiento. Me sacudo el rostro con jabГіn y agua. El dentГ­frico enjuaga mi boca que expide la pestilencia maГ±anera a la que estoy habituado. Excreto con placer y noto en la parte frontal de mi ropa interior las salpicaduras acumuladas que delatan la viscosidad de la sustancia matutina y casi cotidiana de raro fulgor. Oh, SeГ±or, quГ© hermosos y crueles son los sueГ±os. Dentro de un sueГ±o es el Гєnico espacio donde puedo mostrarme como soy.

*

El periГіdico le enseГ±a las mismas noticias de cada vez. Pero le llama la atenciГіn un titular de la pГЎgina central que muestra las Гєltimas declaraciones del santo padre. Lee su contenido impreso en letras menudas y examina la foto a todo color que ha sido ubicada junto a la reseГ±a. Adornado por una capa y asomГЎndose, como es tradiciГіn, al balcГіn principal de la BasГ­lica del Santo, ha anunciado la vГ­spera de la semana mayor. El padre Misael, decimos desde ya su nombre, reza y se prepara para la misa.

*

No puedo aislar aquella imagen. EstГЎ en mГ­ y no me abandona. CuГЎnto sufro ante el altar en los momentos de este recuerdo. CГіmo soporto aquel tormento en el instante de esputar las gastadas consignas de cada misa que la feligresГ­a recibe como palabras nuevas. CuГЎnto resisto segundos antes de que la sangre y el cuerpo de Dios me purifiquen. Y todo por aquella imagen. EstГЎ reticulada en mГ­ y me domina, es una maldiciГіn surgida del averno que doblega mi espГ­ritu, y solo puedo recurrir a la salvaguarda del todopoderoso que ilumina mi camino.

*

Sentado a la mesa, apartando uno de los platos con legumbres, considero que he preparado un almuerzo excesivo. Contemplo con atenciГіn inmerecida la limpieza de los muebles, del piso, de la repisa ya sin polvo, de la imitaciГіn de porcelana imperial que destella con un brillo fuera de lo comГєn y muestra a los querubines desnudos con sus pГЎlidos rostros espectrales. TomГЎs, disciplinado, resopla desde lo bajo, haciendo con su cola una imitaciГіn de saludo. El muchacho sorbe el jugo de naranja que se derrama a gotas por la comisura de sus labios y sonrГ­o por su torpeza. Solo ingiero la ensalada y medio vaso del zumo de la fruta y aparto el pescado que no me apetece, como he apartado el resto del alimento. Mi ojo derecho ha vuelto a segregar lagaГ±a que retiro con pudor y con un poco de fastidio, ya que el chico me ha dirigido una cara de asombro mientras me comenta algunos pasajes de la Biblia. TomГЎs me sigue hasta la cocina ostentando un paso marcial, implorando con su jadeo alguna satisfacciГіn que mitigue el vacГ­o de su estГіmago y le impida correr la saliva.

*

Subo las escaleras y me dirijo a la recГЎmara. Intento reposar. Es en vano. Retorno al sueГ±o que pesa sobre mГ­ como una roca sisГ­fica que cuando despierto creo desechada. La oscuridad. Y de repente se muestra la imagen recurrente, repitiГ©ndose una y otra vez como si tuviera la mirada dentro de un caleidoscopio cuyas refracciones me llevaran a cada instante a la Гєnica imagen sin distorsiГіn. Le ruego a Dios que me libre de este tormento y que mi espГ­ritu descanse de estos sobresaltos. CiclГіpeas orejas hendidas por el filo de un cuchillo. Es la imagen y sГ© de dГіnde proviene. De mis recuerdos de la pintura que estГЎ en mi alcoba, no hay que dudarlo. Del permanente y nunca cansado estudio vespertino que como es frecuente efectГєo al contemplar la pintura cada vez que permito que sus puertas se abran. Es una imitaciГіn bastarda, y casi derruida, del cГ©lebre trГ­ptico del gran pintor, que costeГ© con los ahorros de toda una vida. Hay que reconocer que resulta un objeto fГєtil en comparaciГіn con el original, sobre todo en arte, pese a ser una copia fiel, de iguales proporciones. Contemplo el mundo. Consiento que se abran las puertas de la obra matizada sobre la tabla de roble y me fijo en otro mundo paralelo: el del paraГ­so, el jardГ­n y el infierno. Me maravillo como cada tarde. El arte del pintor es tan impoluto que me estremece incluso a travГ©s de un mal intГ©rprete. Frecuento el fresco en los atardeceres, explorando los engranajes de su constituciГіn, intentando descifrar la alquimia que propiciГі el ahora devastado paraГ­so, el arte de demiurgo que forjГі el infierno, y pretendiendo conocer, porque solo conociendo se estГЎ en la capacidad de rechazar, el camino de la perdiciГіn que conduce a este calvario.

*

Abandono el sueГ±o con el cuerpo adolorido, con el sopor que ruboriza mi carne y me incita al pecado. Me sobreviene la sensaciГіn de no seguir siendo el mismo, de querer escapar hacia algГєn destierro sin que me preocupe el acarrear en mi frente el estigma que me delate ante los hombres. Huir de la mirada de Dios, que sus ojos no se posen mГЎs sobre mГ­ y poder, de esta forma, satisfacer mis delirios. El pensamiento sacrГ­lego me sobreviene cada dГ­a. Rezo para que el demonio se aparte de mГ­ y siento que Dios me reanima en la fe, que aparta a Luzbel de mis carnes que se empiezan a enfriar. Y rezo, no puedo hacer otra cosa que no sea suplicar a los cielos para poder escapar de la trampa de mi cuerpo, para aplacar las perfidias que urdo en mi felonГ­a, para huir de las inclinaciones hacia las que me tientan los sentidos. Recurro a alguna introversiГіn que me salva, al menos por el momento. Rezo y me preparo para la misa.

*

El muchacho cruza frente a mi puerta y se detiene un instante, inclinГЎndose, acomodando algГєn desperfecto en sus pantuflas. Su pijama blanco le transparenta las carnes y le otorga a su figura el aspecto de un efebo voluptuoso. Pero en su rostro hay inocencia, castidad. La luz artificial hace que sus mejillas reverberen con un pГЎlido rosa que destella en el claroscuro de la entrada. Desconoce por completo sus poderes de seducciГіn, la peligrosa atracciГіn que produce a su paso. Se incorpora, dirige la mirada hacia el interior de mi habitaciГіn y en su timidez eterna intenta despedirse de mГ­ con una reverencia que se me antoja lejana y molesta. Con un gesto lo incito a acercarse. Le brindo una bendiciГіn y demarco la imaginaria seГ±al de la cruz sobre sus ojos. Desciendo mi mano casi transformada en un puГ±o a la altura de su boca, viendo sus labios acariciar mis dedos, contemplando su cara cerca de mГ­ y logrando que un temblor me invada, pues por el aspecto de sus facciones se asemeja al rostro de un arcГЎngel. Lo tomo de los hombros y en esta ocasiГіn ciГ±o la seГ±al de la cruz con cuatro besos que le implanto en la frente. No tengo mГЎs opciГіn que dejarlo ir y acudir a la plegaria.

*

El joven Manuel ha depositado confianza en las palabras del padre Misael. Г‰ste, cada noche, lo invita a rezar la oraciГіn mayor junto a Г©l. Lo ha instruido en el arte mГ­stico de la plegaria, la interiorizaciГіn espiritual que, alega el sacerdote, purgarГЎ su alma, quedando absuelto de todo pecado para ser un hijo purificado de Dios. Y Manuel manifiesta su entrega incondicional. El reverendo le ha impuesto el dogma. Le ha mostrado que la fe es lo mГЎs importante para ser salvo y que se debe confiar en los designios, siempre inescrutables, del SeГ±or. Y el muchacho le cree. En ocasiones, cuando se arrodilla frente a la cama, el padre se coloca justo a las espaldas y aprieta las manos junto a las del chico. Es una oraciГіn reforzada, le susurra al oГ­do. AsГ­ Dios nos escucharГЎ mejor, a ti como hijo y a mГ­ como padre, le farfulla cada vez, de forma casi inaudible, manifestando el secreto que no desea que ausculte la pequeГ±a imagen tallada del macerado hombre de la cruz que pende sobre la cabecera de la cama. En las noches de frГ­o a Manuel le resulta agradable la compaГ±Г­a de aquella plegaria doble, pero en los dГ­as de calor le parece insoportable, no puede tolerar el cuerpo firme y pegajoso aunado a las nalgas, el respirar anheloso y cГЎlido que expulsa el padre en las oraciones, y las palabras de despedida cuando le sella el pastoso beso en la nuca. Pero ahora, arrodillado, reposando los codos sobre el colchГіn, el muchacho estГЎ rezando frente a la efigie del profeta y el padre no ha llegado.

*

Esta noche no me levantarГ©. Dios ha reforzado mi fe. Dios es mi pastor, mi guГ­a, mi lumbrera y mi camino. Escucha mi oraciГіn y permite que sea fuerte, no consientas que caiga en la oscuridad del pecado, oh Dios amado, oh Padre amado.

*

QuГ© sueГ±o tan horrible, por amor a Dios. SГЎlvame, SeГ±or. VigГ­lame y protГ©geme, Padre. CuГ­dame, SeГ±or. QuГ© sueГ±o tan horrible. AyГєdame, SeГ±or, te lo imploro. No volverГ© a hundirme en las satisfacciones del pecado. Lo juro. Porque no soporto esta oscuridad. Mis ojos no soportan tanta oscuridad. Camino, tanteo mi lecho, menos tibio sin mi cuerpo. Palpo el ropero, duro como la negrura que me sofoca. No encuentro la salida que me acoja hacia la luz, SeГ±or, guГ­ame hacia ese escape. No permitas que mi pie vuelva a tropezar. Palpo una pared frГ­a cual mis manos, helados que se funden en la frialdad. EncamГ­name, SeГ±or. En vano continГєo gritando. Esta casa es tan triste y tan sola y tan grande que el padre Misael no me puede oГ­r. No obstante, tГє SeГ±or, Padre amado, que oyes los lamentos de todos tus hijos, guГ­a mis piernas, acГіgelas en tu luz, sГЎcame de esta oscuridad y prometo ser fiel hasta el Гєltimo de mis dГ­as. Prometo ofrendar mi fe en cada maГ±ana. Prometo cumplir las penitencias de tu divino mandato. ConfГ­o en ti, SeГ±or, Padre amado. Tu palabra serГЎ una lГЎmpara para mi pie y una luz para mi vereda. Lo sГ©, SeГ±or, confГ­o de forma plena en ti. DirГ­geme hacia la luz. GuГ­ame hacia tu luz.

*

La puerta se abre y el muchacho, descalzo, llama a la alcoba del padre. Ha tenido que atravesar el largo purgatorio del corredor que separa las habitaciones como si fuera el interminable umbral entre el infierno y el paraГ­so.

*

Y llega a mГ­ con los carillos temblando y castaГ±eteando los dientes, gГ©lido, fantasmal.

He tenido un sueГ±o horrible, padre. SoГ±Г© con una marioneta en los dientes de una enorme bestia. El engendro era de temer. TenГ­a unos ojos enormes y rojos y me miraba mientras me sostenГ­a en su boca pues ese fantoche no era otro sino yo. De quГ© forma me contemplaba. Bufaba como un toro y su baba era muy lГ­quida y caГ­a pegajosa, asquerosa. Todo estaba oscuro. Pero sus ojos, oh Dios, sus horrendos ojos.

Entra, hijo amado, digo. Y lo acojo en mi cama, y sonrГ­o en mi interior por su infantil temor a la oscuridad.

*

Entra, joven. Entra, triunfal a tu JerusalГ©n, donde se te aclama.

*

Una noche mГЎs el padre Misael no podrГЎ conciliar el sueГ±o, mientras, asomado en la ventana, con el muchacho dormido en su lecho, solo desea una copa de vino, no el sagrado cГЎliz que metamorfosea en la sangre del SeГ±or sino en la que palia los nervios contenidos y el reprimido deseo de ser otro. Abajo la ciudad duerme. A lo lejos no observa ninguna ventana con luz y se percata de que su desvelo es infinito, que no se puede comparar con el de nadie. Es una soledad sin terminaciГіn ni intervalos. Reconoce el hecho de no tener un semejante. El mundo no comprenderГ­a. No comprenderГЎ. Dios, en su infinita sapiencia y con su omnipresente mirada, no comprenderГ­a. No comprenderГЎ.




LUNES


OraciГіn y blasfemia



…sanctificetur nomen tuum.


El pecho cruje y un sismo en miniatura nacido de los bronquios ensancha la cavidad torГЎcica, germina en los anillos de la trГЎquea ronroneando un responso inconsciente y colectivo invocado por millones de bacilos ГЎvidos de sustancias, convulsionando, a su paso, faringe y laringe. La avalancha microscГіpica fluye y desparrama su aureola con la trepidaciГіn de toda la epiglotis. El minГєsculo ciclГіn reverbera en la membrana pituitaria y distribuye el aluviГіn entre nariz y paladar propiciando la congestiГіn en el sГєbito estallido del ronquido.

*

He pasado toda la madrugada en vela, implorando misericordia al cielo, escuchando el susurro de mis jaculatorias que se mezcla con el estrГ©pito de la respiraciГіn del chico. El sonido de su pecho inflamado ha sido otro aliciente para mi vigilia. LlamarГ© al mГ©dico a primera hora. En cada ocasiГіn que me embargГі el deseo de contemplar su anatomГ­a reposando sobre mi lecho, me sometГ­ a una increpaciГіn estimulada por mi anhelo de mantenerme como un hijo de Dios. Seguir los pasos del profeta y no ceder un ГЎpice a la instigaciГіn del mal. Quiero servirte SeГ±or y derrotar la tentaciГіn del demonio y decirle que no solo de carne vive el hombre. Г‰l trata de tentarme, de apartarme de ti, oh Padre amado, pero yo me subordinarГ© de forma exclusiva a tus mandatos.

*

TomГЎs ve sombras donde no las hay. Las inventa. A veces, durante las maГ±anas soleadas del verano persigue lagartijas, animalejos que se cuelan entre las paredes de piedras del jardГ­n, entre las hendeduras de los adobes del patio trasero, entre las grietas del borde de los ventanales, por donde aquellas vandГЎlicas alimaГ±as afloran para tomar un poco de sol. TomГЎs las reprende con la voz anciana, con los gruГ±idos gruesos cargados de lentitud y parcos de Г­mpetu. Aunque en otras tantas ocasiones arroje los ladridos con una energГ­a inusual, como haciendo valedera su antaГ±a autoridad de can dominante, su talante centinela de un Cerbero a tiempo parcial al acecho de sus dГ©biles antagonistas, cerciorГЎndose de que nadie usurpe sus dominios. Ahora mismo brinca con repentino arrojo que ha sacado quiГ©n sabe de quГ© lugar de su empolvada anatomГ­a y amonesta a la sabandija que de seguro ha buscado refugio en alguna rama del viejo almendro donde el animal realiza piruetas de acechanza mientras ladra y ladra. Pero por lo general es su imaginaciГіn cansada la que esboza, en su fantasГ­a daltГіnica, exacerbada por su gastada agudeza olfativa, a los demonios que siempre lo atormentan. Me digo, luego de observarlo, que despuГ©s de todo no somos tan diferentes. Simples animales instintivos sucumbiendo a los caprichos de nuestra naturaleza. Todo esto si no fuera por nuestra alma. Gracias, Dios amado, por habernos insuflado un alma.

*

He celebrado la eucaristГ­a sin la presencia del muchacho, y aunque no estuvo ausente la mano caritativa que oscilГі el incienso, no resultГі una experiencia similar a las que percibo cuando Г©l estГЎ presente. No haberlo visto durante un par de horas ha sido mayor tormento que haberlo tenido acostado a centГ­metros de mi piel.

*

El veredicto del doctor ha sido definitorio. Es un fuerte catarro el que doblega las defensas del jovencito, me dice con voz grave, esbozando la sonrisa de rigor, pero con un par de dГ­as de reposo y una surtida dosis de analgГ©sicos estarГЎ de regreso su salud. Ambos caminamos hasta la puerta cuyos goznes emiten un chillido atestado de Гіxido y nos sacudimos por la agresiГіn auditiva. Pasado el percance el doctor se voltea con solemnidad, sumiso agacha la mirada y pide la bendiciГіn. Dibujo una cruz en el aire justo al nivel de su rostro, luego se despide con una venia. El muchacho vuelve a dormir inspirando y exhalando con dificultad. Palpo su frente para explorar la dolencia, pero lo Гєnico que consigo es que el cuerpo me empiece a temblar y que de mis manos fluya una transpiraciГіn excesiva.

*

AtendГ­ labores de despacho y mantuve cortas entrevistas, por lo demГЎs insulsas, con los feligreses. Libre de mis responsabilidades, camino por el adoquinado del malecГіn en la ribera del rГ­o que conecta esta pequeГ±a ciudad con el pueblo vecino, golpeado por la brisa que alborota con un silbido profundo, como cada ocasiГіn, el bucle de mi peinado. El final de verano arrastra bellos murmullos. Las golondrinas propician el consabido Г©xodo anual hacia el oeste en un peregrinaje que tiene mucho de lamentaciГіn, puesto que en su anarquГ­a escatolГіgica las aves, que durante esta Г©poca recorren justamente la zona de parque central, adornan autos, banquetas, plazas y transeГєntes con una fiesta excrementicia sin parangГіn.

Precisamente ahora que camino cerca de parque central se percibe el trino coral de estos pГЎjaros minГєsculos enganchados en los cables elГ©ctricos, gorjeo colectivo entorpecido durante breves intervalos por el tronar de los transportes que circulan sin cesar por la avenida. ContinГєo mi marcha por la calle mГЎs discreta que encuentro en esta villa aspirante a ciudad, un callejГіn sin paso vehicular que se ha convertido en mi obligado itinerario cada vez que me dirijo a realizar las compras. Todo aquГ­ es serenidad, sin estruendos de motores y clГЎxones tan molestos. Y de repente ruge el fragor desde el local de las billas que ha sido inaugurado en dГ­as precedentes. Retumban insultos revestidos de tonalidades cada vez mГЎs obscenas que manan de la boca de un joven que no se amilana ante la robustez de su enemigo a quien se nota orgulloso por ostentar tatuajes sicalГ­pticos que incitan a catalogarlo como un convicto surgido de algГєn presidio remoto. Opto por una retirada rГЎpida y girando sobre mis talones, de espaldas a las hostilidades, puedo escuchar los golpes secos que agitan las carnes. Salgo a la avenida principal. Camino tratando de olvidar al chico. Ni el bullicio de los autos, ni los aullidos de choferes furiosos con la punta del pie en el pedal, ni la lluvia de trinos que cae sobre mГ­ como una loza, ni el reciente conflicto callejero, consiguen que deje de pensar en Г©l y que se detenga mi suplicio. Intento distraerme al idear una conclusiГіn pacГ­fica a la reyerta del callejГіn. Llego a mi destino, pero sin haber sacudido de mis hombros la enorme piedra que me atormenta.

*

El mercado es un incendio de sonidos. Los gritos que impregnan el ambiente atestado de vendedores afanosos por negociar las frutas, legumbres, granos, vГ­veres en general, dan un toque de euforia propio de los sitios concurridos por el vulgo. Como siempre, me acerco a la zona de los pescados y pido mi habitual provisiГіn de los lunes. AquГ­ estГЎ, padre, me dice Leandro el vendedor que me conoce de aГ±os, y envuelve sin contemplaciГіn los todavГ­a epilГ©pticos peces en hojas de periГіdicos antiguos. Al salir del mercado escucho las sirenas policiales quejГЎndose con su alarido, conminando y persuadiendo a los indiscretos que se agolpan en el lugar de la escena para recrear su curiosidad y juzgar con la mirada. Al pasar cerca del callejГіn de la batalla, puedo observar cГіmo el grandulГіn pendenciero es esposado e ingresado a la patrulla, no sin oponer resistencia. Del joven intrГ©pido no detecto rastro. Me alejo imaginando una vez mГЎs una conclusiГіn rebuscada a la historia de la riГ±a del bar. Cae sobre mГ­ la imagen del muchacho, el recuerdo de su voz que palpita en mis tГ­mpanos como un orfeГіn de ГЎngeles. Comprendo que es una blasfemia mayor que los improperios del gran hombre de los tatuajes. Ejecuto algunas plegarias mientras camino a casa.

*

La seГ±ora SalomГ© desfila oscilando la escoba frente a mГ­ sin preocupaciГіn alguna, siempre custodiada por TomГЎs. Se ha adaptado a mi presencia en el sofГЎ, a mi consuetudinaria postraciГіn que me sume en trances de sensaciones que ella no sospecharГ­a nunca. Por momentos entiendo que soy yo el que estГЎ acostumbrado a la sombra de su anatomГ­a desplazГЎndose por la sala. Me incorporo con tedio y me dirijo a mi recГЎmara.

*

La mГєsica penetra en mi sensibilidad y estampa una huella con su alquimia melГіdica. Cierro los ojos y me transporta a otro mundo mГЎs placentero, a un lugar demarcado por interminables alegrГ­as, a un paraГ­so hecho de todas las flores, tulipanes, dalias, agГ©ratos, crisantemos, orquГ­deas, lirios, en donde perderse resulta una bendiciГіn. Es la Гєnica forma de evadirme del pensamiento fragoso e incesante.

*

Un estertor sacude el cuerpo del joven. La fuerza, que comprime y suelta con violencia el diafragma, emana de los pulmones e irrumpe con dureza resbalando ГЎspera por su lengua, atravesando las cuerdas bucales que transforman el impulso en sonido ronco y turbio. La tos se materializa en el esputo que atraviesa la garganta y termina en un viaje desde la ventana hacia el jardГ­n. El chico tose largo, con pausas que apenas le permiten un descanso al ardor de las amГ­gdalas. Al mismo tiempo, el impetuoso ladrido de TomГЎs inunda toda la casa a pesar de hallarse en el patio, y se puede notar que su vigГ­a no ha sido infructuosa, ya que de seguro ha detectado algГєn bicho escurridizo, o quizГЎ simplemente se trate de una fabulaciГіn de sus avejentados sentidos.

*

El timbrado recurrente mueve el silencio mientras escucho a mis espaldas los zapatos de la seГ±ora SalomГ© que se deslizan por la baldosa a toda prisa y que se detienen en su destino para ceder lugar al sonido plГЎstico del levantamiento del auricular. El tintinear de los utensilios del servicio de mesa se eleva a los oГ­dos de TomГЎs, Гіrganos cansados pero mГЎs despiertos que su casi perdido olfato. QuizГЎ exagero y Г©l ha llegado a la mesa por el olor del pescado. El muchacho descansa. Mastico con cuidado la textura del alimento. La suavidad salina que me deleita el paladar y escucho la aniquilaciГіn de alguna espina entre mis muelas. La seГ±ora SalomГ© retira los platos. Me comunica, muy formal, que hoy debe salir mГЎs temprano por un percance domГ©stico, debido a lo cual deberГЎ ausentarse un par de dГ­as. Asiento en un gesto confirmatorio.

*

Abro el trГ­ptico luego de examinar el mundo derruido. Mi vista recae sobre el lado derecho que estГЎ impregnado de ilustraciones complejas. ВїSerГЎ el infierno acaso un lugar tan cargado de estruendo?, me pregunto. ВїSerГЎ quizГЎ un alarido infinito que haga estallar el cerebro y las entraГ±as para luego incitarnos a recoger nuestros escombros? ВїO todos estos instrumentos musicales teГ±idos en la pintura en realidad carecen de sonidos y el silencio infernal sea el destino de los herejes? El infierno no es el dulce aullido del silencio, eso es seguro, es el torrente de crepitaciones que se funden para doblegar el alma. Por ello este condenado estГЎ incrustado en las cuerdas del arpa, por ello este otro desdichado estГЎ sacrificado en el gigante laГєd. Entonces pienso en mi condena. Escruto a este triste sodomita empalado por una flauta como el iniciador de una larga estirpe de sufridores y es como si escuchara su tormento, como si de alguna forma enigmГЎtica su dolor ficticio se transfigurara en complicidad dentro de mi intestino y me hiciera recordar lo hГіrrido del pecado. Contemplo al hombre que es abrazado por un cerdo con velo de monja, y es como si me hubieran introducido en el cuadro, pues siento la fetidez de los susurros obscenos en el constante rumiar cerca de mГ­, dentro de mГ­. Cierro con urgencia las puertas de este terrible mundo espiritual y aparece la imagen del mundo terreno, un paisaje que se me antoja mГЎs horrendo. EstГЎs lleno de pecado, mundo. ProtГ©genos, Dios. SГЎlvame, Dios. Me preparo para la misa.

*

Ave MarГ­a purГ­sima. Sin pecado concebida. He pecado, padre. CuГ©ntame tus pecados, hija. He tenido pensamientos de lujuria. Anoche lo vi casi desnudo y desee su cuerpo, lo desee con intensidad y ardor. ВїEs eso muy malo, padre?

*

El sacerdote escucha y reprime un suspiro de complicidad. Es la misma historia de cada creyente, desfigurada de forma parcial por un leve matiz. Es el deseo. El pecaminoso, aborrecible deseo. El padre Misael, al tГ©rmino de cada rito de anГЎloga naturaleza, apostillarГЎ con la fГіrmula de rigor y la manifestarГЎ como lo estГЎ haciendo en este instante, con la mГЎs normal de las entonaciones, luego de haber escuchado toda la parafernalia Г­ntima que implica una confesiГіn del espГ­ritu. Dios, Padre misericordioso, que reconciliГі consigo al mundo por la muerte y la resurrecciГіn de su Hijo y derramГі el Santo EspГ­ritu para la remisiГіn de los pecados, te conceda, por el misterio de la Iglesia, el perdГіn y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo, y del Santo EspГ­ritu. En el confesionario trona un amГ©n cargado de alivio.

*

Me coloco detrГЎs de la cabecera y agito el frasco de la colonia de nardos con la que humedezco mis manos. Unjo en la superficie de su rostro y creo percibir un parpadeo que es aplacado de inmediato por la fuerza febril de la calentura. El muchacho arde. Creo que yo tambiГ©n, pero por razones otras. Duerme hijo, que cuido de ti. A punto de caer en el sueГ±o, me levanto y noto que los medicamentos han mitigado la infecciГіn. Fricciono una vez mГЎs mis manos y rozo sus pies con el bГЎlsamo. Me dirijo un tanto aliviado a mi estancia.

*

Alabada el agua bendita de los nardos que han untado en tu cuerpo. Descansa, que maГ±ana te levantarГЎs y andarГЎs.

*

Deliro, puesto que he mirado de cerca el rostro de la bestia, y esto solo puede pasar en mis sueГ±os. Es la fiebre. Su baba inunda mi cuerpo. Escucho su exhalaciГіn y no tengo fuerzas para gritar, tan solo bravura para escupir su rostro, ni siquiera con saliva, sino con una mirada de asco y horror. Lloro, como es normal en los momentos de espanto, e imploro al cielo, como es natural en un creyente. Expulsa la bestia al infierno, SeГ±or. ProtГ©geme. CuГ­dame, SeГ±or. SГ© mi amparo. TГє, SeГ±or, eres mi pastor. Contigo nada me faltarГЎ. Nada ni nadie podrГЎ lastimarme.

*

El joven al fin duerme, esta vez sin pesadillas, tras el arrebato de la fiebre. El padre, en su habitaciГіn, se dispone a cambiar su atuendo por un traje que le brinde la comodidad para el descanso. Se desnuda y contempla su cuerpo frente al espejo. Los vellos convergen en el pubis como un remolino proveniente de los muslos y del ombligo y circunvalan la pelvis llegando al epicentro de su pudenda parte, que poco a poco se yergue en una erecciГіn potente. LГ­brame del pecado, SeГ±or, implora, sin Г©xito. Su deseo es mayor que su capacidad de abstinencia. Pero de pronto se siente invadido por un impulso, por una borrasca no natural que hace ensanchar su pecho en seГ±al de satisfacciГіn y que deprime el flujo de sangre que su naturaleza ha impulsado hacia su pene. Agradece a Dios, se coloca el indumento de dormir y se deja caer de rodillas frente a la cama. Gracias, Padre, avanza a expresar, con lГЎgrimas de conformidad surcando sus pГіmulos. Hoy sus ojos reposarГЎn con serenidad. Sus oГ­dos estГЎn tensados hacia el silencio profundo de la noche apacible. Dios, al parecer, lo ha escuchado. Al menos es lo que el padre Misael se empeГ±a en creer.




MARTES Y MIÉRCOLES


Fragancia y hedor



Adveniat regnum tuum.


Circula en el ambiente, evaporГЎndose a ratos, huyendo, divirtiГ©ndose, y luego asomГЎndose con timidez, volviendo a atosigar de placer mi olfato con la impertinencia de su apariciГіn. Recepto la fragancia y siento cГіmo los mГєsculos de mi rostro se estiran en una sonrisa de deleite. Satisfago mi necesidad de oler infiltrando por mis narinas el cargado aire balsГЎmico, aquieto la premura odorante inhalando mГЎs hondo y me pierdo en el sudor de las flores. Al abrir mis ojos, la apariciГіn del rostro del muchacho junto a mГ­ me devuelve a la realidad de mis olfacciones rutinarias pues al saludarlo acojo el aire que ha trocado del aroma de sus mejillas al horrendo tufo hepГЎtico de mi aliento maГ±anero.

*

DecidГ­ que el chico continuara con su reposo, por lo tanto oficiГ© la misa sin su ayuda. En esta ocasiГіn me resultГі mГЎs tolerable su ausencia. MotivГ© el movimiento pendular del incensario cuyo humo ha marcado mi piel con una esencia de resina. Ahora lo veo recostado contra el sillГіn, sacudiГ©ndose la nariz en un paГ±uelo caqui mientras se introduce una variada dosis de los dibujos mГіviles que transitan por la pantalla. Salgo hacia la calle, con destino al mercado.

*

MalecГіn estГЎ desierto. El frescor del rГ­o me brinda un olor de agua dulce que se mixtura con el sencillo aroma de las palmeras que adornan los contornos. El trГЎnsito es leve. El callejГіn de siempre me acoge con el hedor a cerveza regada, a orina implantada en despreocupados rincones, con postes manchados de pestilencia. Acelero el paso mientras observo el nombre del nuevo local graficado en letras mayГєsculas y cursivas. Un sitio de perdiciГіn, SeГ±or, y en mi callejГіn predilecto.

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El mercado es un torbellino de olores. Las legumbres y las hierbas, los granos y mariscos, los alimentos procesados y las frutas, derraman una extensa gama de sensaciones que invaden el olfato. Gobierno mi cuerpo hacia la estancia de las especias. Me impregno de la emanaciГіn acre de la canela, del comino, de los clavos de olor, de la pimienta dulce. Pago por las especias con algunas monedas que Isaac, el vendedor, hombre solterГіn y de rostro carnoso, recibe con gesto de simpatГ­a.

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Tajo el rГіbalo en rebanadas gruesas que sumerjo primero en agua y luego, ya limpia la carne, en limГіn y sal. SofrГ­o y coloco los comestibles en un plato de porcelana. El aroma es apetecible y fuerte, tanto que TomГЎs ha abandonado su distrito de batalla diaria para velarme con su lengua hambrienta al pie de la cocina, hecho que quizГЎ refute mi escepticismo en la capacidad de su nariz. Muelo las bolillas de pimienta, las rajas de canela, los clavos de olor y el comino. Agrego vinagre. Un lГ­quido lacrimal me recorre desde los ojos y arrojo dentro de la sartГ©n las cebollas picadas con su olor de dulce pestilencia. Incorporo al pescado junto con un poco de jerez. Lo tapo y lo dejo cocer a fuego lento.

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He recurrido una vez mГЎs a la imploraciГіn del perdГіn divino. Estoy arrepentido de haber pecado de pensamiento y palabra, de obra y omisiГіn. SeГ±or, acoge a este pecador suplicante para que vuelva a tu camino y pueda ser salvo en ti.

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EstГЎn allГ­, bailando con gozo en la putrefacciГіn. Embelesados por la lascivia. La lujuria se satisface en el fango del regodeo carnal y la concupiscencia. Los placeres deshonestos se subliman en peces horrendos, en conchas abismales, en lГ©gamos de mierda. Cabras, dromedarios, caballos y aves ansiosas del goce avalan el desenfreno. El espacio hiede a pecado, a lujuria. Corrompen el entorno con una peste emanada del lado mГЎs oscuro de nuestro ser. Dejo de observar el cuadro y me cercioro de los pocos minutos que dispongo para el descanso, antes que doblen las campanas.

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Estoy por acudir a misa con un cansancio muscular enorme. Ingiero dos vasos de agua que aplacan el rugir de mi hГ­gado, o al menos eso imagino o deseo. Me coloco la sotana. Me siento mГЎs puro.

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El chico me inquiere con una pregunta que de momento me pasma. Me obliga a retroceder hasta que caigo vencido en el sofГЎ. Lo estimulo para que se siente junto a mГ­. Accede no sin anticipar un gesto que me advierte la disposiciГіn de no transgredir en su propГіsito. Acaricio un mechГіn que resbala por su frente y lo ubico detrГЎs de la oreja, lugar que le corresponde. Siento la mirada cargada de expectaciГіn. Trato de no defraudarlo y le cuento que Dios es un ser bueno y misericordioso y que no podemos conocerlo fГ­sicamente o imaginarlo con los perfiles anatГіmicos a los que estamos habituados, pero esta invocaciГіn de catequesis no satisface su curiosidad. Me muestro fuerte. Le digo la verdad, que a Dios hay que amarlo y no pretender conocerlo. Me dice, con cara de derrota y resignaciГіn, que Dios es complicado. Yo solo tengo vida para aspirar el dulce olor a almizcle que me impregna en la nariz al despegar sus nalgas del mueble. Lo llamo. Г‰l voltea con una mirada luminosa, con esa mirada que me incita a agarrarlo de las mejillas y satisfacer mis impulsos. Pero suplico la ayuda del SeГ±or, que todo lo puede, y entonces, con fuerzas renovadas, encamino al muchacho a mi habitaciГіn. Le indico que es un secreto. Le revelo que yo conozco a Dios. Se lo muestro.

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Dios no es pequeГ±o, aunque lo parezca a simple vista. EstГЎ alejado para tener una mayor perspectiva del mundo, eso es todo. Su mirada, sabemos, es ubicua. Sentado en su trono, su cabeza estГЎ coronada por una tiara y en sus piernas descansa el sagrado libro. Su espalda estГЎ protegida por un largo capote imperial. Lo puedo ver ahora, mientras el padre Misael me muestra esta peculiar pintura. La oscuridad del cuadro me infunde temor. No obstante, lo resisto. En el horizonte, tras la bruma que encapota el cielo encerrado en el vidrio cГіncavo, estГЎ Dios, y puedo verlo. Ahora lo conozco. Y veo su sonrisa.

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Me dispongo a tomar el sueГ±o con el fragante hedor de su nuca. Hemos orado juntos, cuerpo a cuerpo, y le hemos pedido a Dios que nunca nos aparte de su camino, para poder congraciarnos en sus preceptos. Hay algo cargado en el ambiente que me impide una respiraciГіn normal. Siento la absurda premoniciГіn de que estoy a punto de caer en una pesadilla de la que no podrГ© despertar. Afuera ha empezado a golpear la lluvia, muy suave.

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La maГ±ana estГЎ frГ­a. El aguacero ha refrescado el entorno. He dormido tranquilo, en paz con mi espГ­ritu y acogido por la infinita misericordia de Dios. Me tranquiliza saber que las pesadillas han terminado su labor de tortura nocturna y han dado paso a una tregua. Mi optimismo no llega a la certeza de haberlas derrotado. Una parte de mГ­ sabe que saldrГ© airoso de esta batalla contra el demonio, pero otra, la mГЎs frГЎgil, me evidencia la envergadura de mi fracaso pues a cada instante mi mente sucumbe a la tentaciГіn y cada parte de mi cuerpo infringe esa ley que exige mi alma.

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He decidiГі tomar un baГ±o. He sentido la sensaciГіn de impureza en mi piel, y no solo por la hediondez de mis axilas cargadas de noche, sino por la montaГ±a de procacidad que acarreo en el pensamiento. Antes de subir al altar debo estar purificado. Refrescarme un poco no me harГЎ mal, de modo que me dispongo a enjabonar mi piel. TambiГ©n enjuago mi alma con los rezos.

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Se acerca la temporada invernal y los indicios se palpan con el olfato. Lo puede realizar cualquier mortal, pero sobre todo los seres que estГЎn facultados de mejor forma para tales menesteres. AsГ­ que Tomas, en contra de lo que piensa el clГ©rigo, lo sabe mejor que nadie. Reconoce como ajeno el aroma etГ©reo que destila el suelo cercano al almendro. Por ello demarca su territorio con frecuencia. La estaciГіn estival, ya en su final, es vencida por la humedad elemental de los ciclos. La geosmina emerge e inunda el portal con su Г©ter. Los antiguos aseguraban que el petricor era la sangre de los dioses, la esencia que regentaba sus venas. Hoy no es mГЎs que un llamativo aroma que de tanto en tanto, mientras en su calidad de huidizo no se desvanezca, nos causa molestias leves, sin percatamos de que es y ha sido, a lo largo de inmemoriales Г©pocas, el verdadero sudor de esta tierra, su hircismo aflorado. TomГЎs lo comprende. Su nariz no se ha desgastado hasta el punto de que le sea indiferente el mundo. Algo sabe de los olores. Algo ha comprendido en su dilatada vida de can. Por ello deja de orinar el almendro y se tiende en rara postura mГ­stica, ya derrotado por el clima, sobre las hojas hГєmedas que forman un colchГіn natural. Su olfato le ha recalcado la condiciГіn sagrada de las estaciones. Ahora, por fin, una nube esquiva le brinda un poco de sol que su dermis agradece.

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En el mercado me he encontrado a un viejo amigo. Hemos mantenido una charla amena aunque breve.

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La seГ±ora SalomГ© ha llegado mientras estuve ausente. Me explica, a manera de justificaciГіn, sus penurias. Le manifiesto que se evite las preocupaciones, que comprendo la situaciГіn y que se tome la semana libre. Insiste en preparar el almuerzo de hoy a manera de compensaciГіn por la futura ausencia. No me hago rogar. Mientras la seГ±ora cocina me encierro en mi habitaciГіn y alcanzo una botella de vino desde el lugar de mis secretos. Empiezo a beber con largos sorbos.

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La botella estГЎ a la mitad y la abandono sin precauciГіn alguna sobre la mesa de noche. El vino ingerido me provoca una leve sensaciГіn de mareo que pretendo expulsar con una taza de cafГ©. Imploro un baГ±o de agua frГ­a, pero la seГ±ora SalomГ© me indica que la comida estГЎ lista. Engullo la sopa sintiendo resquemor. El calor aplaca el vacГ­o de mi estГіmago, el extraГ±o malestar de amargura provocado por la bebida. Me incorporo de la mesa mirando al muchacho que come y me dirijo a mi alcoba con intensas ganas de dormir.

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Entreabro mis ojos y la primera imagen que observo es la del mundo. Mi borrachera no es apta para escudriГ±ar las asquerosas delicias de su jardГ­n. Imagino el cuerpo desnudo del chico con verdadera lujuria y luego retorno al sueГ±o. Al despertar me percato de una posiciГіn inusual del lado derecho del tablero pintado. Conjeturo que alguien ha revisado la pintura. La seГ±ora SalomГ© tiene prohibido ingresar a la alcoba y siempre ha sido respetuosa, por lo tanto mi Гєnica sospecha recae sobre la curiosidad del chico. No me enoja, pero tampoco me agrada la intromisiГіn. Entonces, siento la pastosidad que ha manchado mis calzones durante el sueГ±o.

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Hoy concurrieron a la iglesia menos personas que ayer. No obstante, mis sermones fueron mГЎs largos.

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El Гєltimo libro de la Biblia anuncia un infierno lleno de fuego y azufre como condena para los que traicionan las normas del SeГ±or. Un infierno de tufos, de vahos malolientes, serГ­a un tormento inaguantable, incluso para cualquier alma ajena a las debilidades del cuerpo. Defeco con lentitud y un poco de dolor. Mi esfГ­nter expulsa un gas despedido en forma de un chillido agudo. Hiede, pero lo aspiro imaginando un tormentoso infierno mefГ­tico saturado de fГ©tidos efluvios, y, aquГ­ sentado, el hedor yuxtapuesto a la imaginaciГіn me incita a la nГЎusea. Entreabro apenas la puerta y permito que circule un poco de aire fresco que sacuda los miasmas excrementales, el aire viciado que ha contaminado mi organismo.

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TomГЎs olfatea mi pierna, de seguro ha percibido el olor del jabГіn en mi cuerpo luego del baГ±o. Empieza a emitir desagradables gruГ±idos. Me hala de la tela del traje de dormir y la rasga inundГЎndola con su baba. Perro malo. Ahora lo veo alejarse, satisfecho de la travesura. Me quito la bata y me descubro desnudo frente al espejo. No me resisto a dirigir una caricia a la zona de mis testГ­culos. Un flujo elГ©ctrico me sacude. Mi pene se inflama en un carmesГ­ oscuro. Al reaccionar, me alejo del espejo con horror. Tomo otro vestuario y me impulso a olvidar mis deseos.

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El SanedrГ­n de los sentidos acoge la propuesta de traicionar el alma.

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Lo despojo de su camiseta con una serenidad que no creo mГ­a. Pero son mis manos las que desnudan su torso. Lo acuesto con su trasero alzГЎndose hacia mi cara que aparto de inmediato, instantГЎneamente ruborizado. Acaricio su espalda que de seguro estarГЎ quemando con el frescor del mentol. Sus pulmones ya lo pueden sentir, estoy seguro de ello, pues mis manos refrescan al compГЎs de los masajes. Contemplo por vez Гєltima su culo perfecto de mancebo dominante. Lo volteo con su rostro hacia mГ­. Impacto el mentol sobre sus pectorales y aprovecho para palpar sus tГ­midos pezones que surgen sin osadГ­a. El fuerte aroma del eucalipto me penetra.

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En esta madrugada, ambos duermen con el rumiar de la lluvia azotando la calle. Ni el padre Misael ha tenido la ensoГ±aciГіn del cuchillo, ni el joven Manuel la visiГіn de la bestia. QuizГЎ se han ido para no volver. Estamos en el umbral de un dГ­a nuevo. En el centro de la ciudad, la lluvia arrastra todos los hedores de la calle del billar. El aguacero limpia el vetusto ГЎrbol del patio trasero. Durante las lluvias, algunos ingenuos aseguran que Dios es el que llora por todos los pecados de la humanidad. La imagen mГЎs acertada no estarГ­a simbolizada por las divinas lГЎgrimas que caen sobre el mundo, sino por el chisporrotear del orine que nos empapa, similar a Г©ste, de TomГЎs, que ahora se desprende de la corteza del viejo almendro. Sea de una forma u otra, despuГ©s de todo es del cuerpo del inmaterial Dios de donde proviene el lГ­quido que nos baГ±a.




JUEVES


Ardor y gelidez



Fiat voluntas tua, sicut in caelo, et in terra.


Me sacude una descarga quemante cuyo gГ©nesis es el occipucio y parte en Г©xodo destilando por toda mi espina dorsal. Mis tendones despiertan y me obligan a estirar la longitud de mi cuerpo en el placentero dolor que se consuma de manera orgГЎsmica en mis calzoncillos. Siento cГіmo mi pene desciende de forma lenta, derribado por el agrado convulsivo de la poluciГіn al tiempo que en mi alma se gesta un vacГ­o que no soporto. El frГ­o resbala desde la ventana abierta y se columpia en el cortinaje con un ulular lГЎnguido y consecutivo. Miro cГіmo el terciopelo se estremece contra la pared, impacta contra el vidrio de la ventana, contra el marco fabricado de abeto. Siento la brisa resbalar y colarse entre mis axilas, agitarme la piel en una rГЎfaga que eriza todo mi cuerpo. Suspiro. Me separo del interior maculado por el semen. Me levanto y rezo por la debilidad de mi carne.

*

La tibieza del cafГ© me incita a abandonarlo. Prefiero ingerir con sorbos ligeros el jugo de durazno. El muchacho me cuenta una historia un tanto profana pero no me atrevo a reprenderlo. Solo lo miro y esbozo una sonrisa frГ­a. Hoy tampoco me acompaГ±Гі en misa y me hizo tanta falta, sobre todo cuando el obispo PГ­o impuso la bendiciГіn. Lo miro y me extasГ­o en sus facciones, en su mirada despreocupada, en el alborotado cabello de la maГ±ana. Me levanto de la mesa con premura, tratando de esquivar hacia otro sitio mis ojos que se dirigen una y otra vez hacia Г©l.

*

He caГ­do con escalofrГ­os. Hoy no saldrГ© de casa ni atenderГ© a los feligreses que se preparan para el viernes santo. He dejado en encargo determinados compromisos menores, acogiГ©ndome a la recomendaciГіn del doctor. El muchacho me prepara una infusiГіn que ingiero junto a los medicamentos. Al voltearse puedo notar el movimiento de sus nalgas en un vaivГ©n provocador. Me rindo al sueГ±o.

*

Al despertar veo el rostro del chico. Me ha hecho compaГ±Г­a todo este tiempo que ha durado la fiebre. Me informa que ha preparado almuerzo y me reconforta el cuerpo con una sopa caliente que insiste en brindГЎrmela en la boca cucharada a cucharada. Luego viene un momento duro. Lo reprendo por haber examinado la pintura sin consentimiento y me contesta que deseaba saber lo que contenГ­a el cuadro. No se trata de prohibirle el conocimiento, pero considero que debe consultar antes con una voz autorizada que le confirme si se encuentra capacitado o no para determinado saber. Me replica que se siente apto y me implora que lo guГ­e por el cuadro. DespuГ©s de un forcejeo de sГєplicas y rechazos, cedo a la solicitud y le permito abrirlo. Г‰l expande una cara de asombro. Es hermoso, dice, pero al mismo tiempo horrendo. Es nuestra alma, le digo o simplemente lo pienso. La conmociГіn residual de la fiebre me aturde. De momento solo me entran deseos de alejarme del muchacho, de gritarle que abandone mi habitaciГіn y desaparezca para siempre, que Dios me ha revelado que es un emisario del demonio. Me invade el afГЎn por excomulgarlo de mi vida. Comprendo que harГ© todo lo contrario, porque me yergo hacia Г©l y poso una mano en su hombro y la sostengo en un abrazo cargado de intenciones. Lo que presencias es un paraГ­so, un infierno, y esto de aquГ­, le digo con voz magnГЎnima seГ±alГЎndole la parte central, es el mundo. Por ahora bastarГЎ con verlo, ya tendremos tiempo para estudiarlo parte a parte. Mi cuerpo no resiste el impulso y lo beso en la mejilla mientras desciendo mi mano hacia la hendidura de su espalda. Su reacciГіn no es de rechazo. De forma inesperada me pide la bendiciГіn.

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He enviado al muchacho al mercado por provisiones. Siento la ausencia y trato de luchar contra el deseo con una oraciГіn, pero estando arrodillado, las palabras se atoran en la garganta. Esta vez no consigo rezar. Me levanto, tomo una ducha de agua tibia, y me preparo a recibirlo lo mejor arreglado que puedo.

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El muchacho al fin llega, pero lastimosamente acompaГ±ado de la seГ±orita Raquel, una mujer servicial a disposiciГіn de la Iglesia, joven a pesar de sus casi cuarenta aГ±os, soltera a pesar de su belleza. Tras ella ingresa un sГ©quito de damas que se han asociado para hacerme una visita y ofrendarme frutas, compradas precisamente, imagino, a la guapa solterona. TomГЎs saluda con ladridos de enfado. Las recibo con aparente agradecimiento, les doy, con la autoridad que me otorgan, un par de admoniciones, les impongo una que otra tarea para la preparaciГіn de la procesiГіn de maГ±ana y de forma delicada las despido aduciendo el pretexto de mi reposo. Cierro tras ellas la puerta, con su filo de hierro mohoso y de bisagras oxidadas, y me embarco en la bГєsqueda del chico por toda la casa.

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Lo invito una vez mГЎs a mi habitaciГіn. Mantenemos una conversaciГіn acerca de ciertos aspectos teolГіgicos que Г©l debate con un leve conocimiento. Lo instruyo mientras poso mi mano abierta sobre su carnoso muslo apetecible. Lo incito a que iniciemos juntos una oraciГіn. Me poso detrГЎs de Г©l y elevamos la usual sГєplica compartida. Percibo el calor de su cuerpo que aplaca lo frГ­o del ambiente y al mismo tiempo refresca la calentura de mis entraГ±as.

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El cuerpo me vence. Me recuesto con el sabor de las frutas todavГ­a patente en mi paladar. Ensayo una oraciГіn que se derrite en el intento. Mi cabeza no estГЎ aquГ­, sino en la figura del muchacho. Me dirijo con pasos tambaleantes hacia su puerta. La entreabro y descubro el cuerpo dormido en el placer de la siesta en una postura fetal con el bello trasero seГ±alГЎndome, incitГЎndome a acariciarlo, a darle la mordida definitiva. Mi cuerpo aterido hierve de fiebre o de algo mГЎs. En un arrebato de lucidez retorno a mi cama.

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He despertado con la sensaciГіn viscosa del sudor adherido a mi piel. Observo el destello del sol de la tarde que se refracta en el espejo e inunda la habitaciГіn con su resplandor, invadiendo cada esquina. Comprendo la necesidad de asearme, una ola de calor invade la alcoba y mi entrepierna estГЎ pastosa. La fiebre ha pasado. Imploro un poco de agua fresca.

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He enviado indicaciones por escrito a los fieles para la procesiГіn de viernes santo. El muchacho ha sido mi compaГ±Г­a mientras he redactado la misiva que luego se ha encargado de entregar estimulado por la promesa de enseГ±arle una parte del cuadro. No he podido reprimir mi interГ©s por sus movimientos, mi mirada ha recaГ­do durante todo instante en Г©l. Incluso me ha hecho desviar la pluma en un par de rasgos.

*

El estuche del disco posee como carГЎtula la imagen de un camino surcado por hojas otoГ±ales que se pierde en un horizonte sugerente. El amarillento pasaje zanja un bosque de apacibilidad absoluta. NingГєn pГЎjaro lastima la tranquilidad. NingГєn animal se aventura a profanar la serenidad del pequeГ±o universo de hojas y tierra. Todos estГЎn por emerger para, de forma briosa, inaugurar un paraГ­so infernal. Inserto el disco en el reproductor que lo obliga a girar rГЎpidamente. Aquel artilugio se transforma en un minГєsculo torbellino infinito que gira a miles de revoluciones por minuto. La mГєsica invade la sala, muy lenta, como luchando por despertar de un letargo impuesto por fuerzas restrictivas, inhalando sosiego, absorbiendo silencio, sosteniГ©ndose en el espacio que luego ocuparГЎ con su tonalidad imperial. Pero serГЎ el frГ­o. El bajo marca el ritmo, prosigue de forma continua, mana con un crescendo que matizan las tГ­midas intervenciones de los violines: son los pasos del caminante al que apremia alguna tribulaciГіn, son los crujidos del hielo a punto de resquebrajarse. Ahora truenan los relГЎmpagos incendiados por el violГ­n solista, la tormenta de la orquesta ruge y sacude el espacio y vibra a los pies del desgraciado. La carrera se origina con el impulso del bajo que palpita con insistencia y marca las huellas rГЎpidas. La magistral imposiciГіn del violinista principal invade, golpea con sus rГЎfagas de viento helado, y el intenso frГ­o obliga a tiritar e impone el crujir de dientes.

*

Ves esta zona de aquГ­, y me muestra la parte superior del lado derecho de la pintura abierta. Todo el cuadro simboliza los suplicios del pecador. Pero esta parte de aquГ­, en concreto, es la imagen tГіpica, la usual, que nos hacemos del infierno. Azufre cayendo en lluvia continua, montaГ±as destruidas y baГ±adas de oscuridad y gente en un suplicio inenarrable.

En esta zona, indica la parte central con su dedo Г­ndice dibujando una elipse, el hielo marca un fuerte contraste con el fuego azufrado, pues dentro de la concepciГіn del infierno como lugar de suplicio eterno, un espacio de hielo es uno de los mГЎs horrorosos sitios. Mira aquГ­ cГіmo se resquebraja y el pobre hombre queda a merced del agua frГ­a.

En esta parte, seГ±ala la inferior, estГЎ lo que en arte se denomina como el infierno musical, debido a la utilizaciГіn de instrumentos musicales como sГ­mbolos de tortura. Muy usual en ciertos pintores mГ­sticos. Ves esta gaita, mГЎs acГЎ el laГєd, acГЎ estГЎ el arpa. Y aquГ­ una flauta, puedes verla.

Le cuestiono si en verdad es asГ­ el infierno. Por la ventana noto la noche ya entrada.

Bueno, me dice, la desesperaciГіn y el martirio, de seguro que estГЎn bien representados por parte del autor, y aquГ­ sobre esta tabla, por parte del imitador, que es, me gusta llamarlo asГ­, un intГ©rprete.

Le pregunto cГіmo ve el infierno a travГ©s de lo que dictamina la sagrada escritura. No responde. Parece sumirse en una reflexiГіn que escapa al momento y a mis dudas. Realmente se estГЎ preguntando cГіmo serГЎ el infierno.

El sagrado libro muestra el infierno como un lugar de incandescencia perpetua donde las almas serГЎn arrojadas a los lagos de azufre. Es asГ­ como lo capta el pintor en la parte superior de esta obra. De hecho, el profeta lo menciona invariablemente constatando determinadas premisas tales como el fuego que nunca se apaga, el lamento y rechinar de dientes, el castigo eterno.

Habla sin dirigirme la mirada, como conversando consigo mismo.

Desde hace siglos se considerГі al fuego y al hielo, es decir al calor y al frГ­o, como los suplicios mГЎs atroces en el lugar del castigo perpetuo. Un gran poeta de la antigГјedad describe una parte del infierno con la usual lluvia de llamas, y otro segmento, el de los traidores, formado en su integridad por hielo. El demonio, como regente de este espacio de perdiciГіn, estГЎ incrustado desde la cintura en la helada superficie. Llora con sus seis ojos y agita sus seis alas encolerizadas.

Imagino un infierno de hielo. El Hades serГ­a un paraГ­so en comparaciГіn. Una tortura sin fin en el entumecimiento perenne. Pero lo que tolera ahora mi cuerpo es el calor. Un calor intenso que se prolonga a medida que avanza la enseГ±anza del padre Misael y que me oprime con el aire cargado por su presencia cercana, tan cercana. Admito sus palabras como una muestra de su sabidurГ­a espiritual. No pretendo molestarlo mГЎs con la frivolidad de mis cuestionamientos. Solicito la bendiciГіn y me la otorga con mayor fuerza, pues me cincela un sacro beso en la boca.

*

Hemos decidido cenar pan, yo un poco de vino y Г©l un vaso de jugo. En la mesa charlamos sobre temas de especial interГ©s para Г©l. Miro sus ojos y mientras le explico determinadas concepciones sobre sentir al santo espГ­ritu palpo el dorso de su mano. Luego dirijo las mГ­as a su rostro. El impacto del rubor roza mi cara. Acaricio sus mejillas y lo beso de nuevo, esta vez de forma profunda.

*

Palpita el aborrecible beso que demarcarГЎ el itinerario de la traiciГіn y el infierno.

*

Estoy en su habitaciГіn y me seГ±ala un pijama beige. Me indica que estoy apto para servir a un representante de Dios en el mundo, que de hoy en adelante serГ© su auxiliar espiritual. Me explica que la sotana es la Гєnica vestimenta sacra que posee el ser humano. Mis nuevas tareas consisten en desvestirlo y colocarle el traje de dormir. Me resulta una ocupaciГіn sencilla y accedo gustoso por servir al padre, a un purificado hijo de Dios.

*

Sus manos resbalan lentas por mis muslos. Las siento tibias, reparadoras, tan perturbadoras y apacibles. Contengo un gemido. Vibro al notar su respiraciГіn en la zona de mi bragadura sin ropa, en la trepidaciГіn de mis vellos que se agitan atraГ­dos por la onda de magnetismo de su piel surcando mi piel por el rose de sus dedos castos. Ahora es mi pecho el que se satisface, se regocija en un deleite que no pertenece a este mundo. Mi piel se eriza. Estoy dominado por su tacto. Arrebatado por el contacto de su dermis inmaculada. Los pliegues de mi camisa se agitan al ser desabotonada con lentitud. Chillo sin contemplaciГіn alguna, pero Г©l no se detiene. Parece que ha iniciado una tortura de la cual se sabe verdugo y no quiere ver escapar a su vГ­ctima. Presencio este segmento de mi existencia como un momento vital. Lo abrazo y lo mantengo asГ­ durante un tiempo que no me atrevo a establecer. Soy yo quien inicia la separaciГіn. Me viste con una agilidad insospechada. Un sofoco inflama mi cuerpo. Formal, se arrodilla frente a mГ­ y me implora la bendiciГіn. Se le doy con un beso en su cabellera espesa. Vislumbro que mi alma no reposarГЎ tranquila hasta que satisfaga mi cuerpo. Mi cuerpo no se encontrarГЎ satisfecho hasta inicie lo que niega mi alma. No soporto mГЎs y aquГ­ acostado me rindo al dulce suplicio del solitario placer. Luego es el vacГ­o. Rezo toda la madrugada por mi salvaciГіn.

*

El padre acepta la derrota de su alma, se ha resignado y se entrega a la voluntad de Dios. Se prosterna sobre el piso de baldosas frescas y reza, caГ­do sobre su rostro. Padre mГ­o, si es posible, no me hagas beber este cГЎliz. Pero, no obstante, no se haga lo que yo quiero, sino lo que tГє. Confortado por haber eludido su responsabilidad espiritual el padre Misael intenta descansar, pero le resulta imposible conciliar el sueГ±o. Se asoma a la ventana y al fin siente la brisa que golpea su cara y aplaca el largo calor.

El joven ha ingresado en la profundidad del sueГ±o, y con Г©l a la calamidad de la pesadilla que no lo abandona. Esta vez intenta, a pesar de la fragilidad de su hechura, escapar de los jadeos de la ciclГіpea bestia que estГЎ a un paso de alcanzarlo con los colmillos babeantes. Conoce el inevitable fin de su historia. Su sudor serГЎn gotas de sangre que caerГЎn sobre la tierra. Una rГЎfaga de calor impregnada en el aire circula inГєtil sobre el cuerpo escalofriado del muchacho.

Todos sabemos que Dios, al ser espГ­ritu, y el mГЎs supremo de todos, no siente. Al menos no como este hombre desdichado, al menos no como este pobre joven adolecido de un infierno inaugurado que ni siquiera se ejecuta. Es hora de dormir, padre, descanse, que maГ±ana el mundo traerГЎ nuevos aires. Dios no comprende sus suplicios.

Los hombros del padre Misael reciben un peso colosal. Extenuado, se postra sobre la cama y cierra los ojos. La pesadilla del cuchillo y las orejas volverГЎ a emerger del oscuro rincГіn de la culpa.




VIERNES


Dulce y amargo



Panem nostrum quotidianum da nobis hodie…


ESTACIГ“N PRIMERA

La boca se abre en el bostezo que prorrumpe un inaudible alarido. La lengua cargada y espesa lo obliga a deglutir en seco con la amargura natural de las maГ±anas. Recuerda la caГ­da de la noche anterior. No es la primera vez que emula la antiquГ­sima prГЎctica de OnГЎn, pero puede decirse que se habГ­a apartado del pecado y redimido a travГ©s de un vasto camino de expiaciones y fatigosos dГ­as de penitencia. Los deseos mГЎs elementales han tomado forma de un agitado coro que dentro de su cuerpo reclama satisfacciones que su alma no estГЎ dispuesta a consentir. Y este hecho dictamina la condena. Siente sucio el cuerpo, registra maculada su alma, aborrece su entrepierna. Sus manos han quedado manchadas por la secreciГіn y contempla superpuesta en ligera estela la capa rГ­gida que lo delata. Se levanta de la cama y lava sus manos con abundante jabГіn. Entona una plegaria.

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ESTACIГ“N SEGUNDA

PerdГіname, Padre amado, si grandes son mis culpas, mayor es tu bondad. Acoge mi plegaria. No me apartes de ti. Intento soportar en verdad, Padre, esta carga que pesa sobre mis hombros y que me oprime. BrГ­ndame tu ayuda para seguir en pie, no dejes que mis pasos desmayen, no permitas que mi alma desfallezca en el pecado. SГ© mi protector. SГ© mi guГ­a. AyГєdame, SeГ±or, a mantenerme firme en tu palabra.

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ESTACIГ“N TERCERA

Es bueno, en verdad, sentir el respeto que dirigen hacia la autoridad de un representante de Dios en la tierra. Estas seГ±oras han suplido con Г©xito mi ausencia en los preparativos y aquГ­ presencio una representaciГіn completa del vГ­a crucis traducida por los movimientos torpes de los muchachos. QuГ© esbeltos se muestran. Sobre todo el mГ­o, transmutado en el hombre zaherido y semidesnudo enganchado en el madero. Un impulso me invita a mirar la cГіmoda extensiГіn de sus piernas pГЎlidas, los pies que se estiran provocadores, el bulto que se origina en sus calzas y que articula en mi mente una imagen poco decorosa que sacudo con una renovada oraciГіn. Siento el despertar de una porciГіn de mГ­. Aclamo a los cielos para que derribe aquella traiciГіn de mi cuerpo.

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ESTACIГ“N CUARTA

CГіmo eludir, Padre amado, las incitaciones del demonio. CГіmo. Dame fuerzas. Recurro a tu palabra, a tu sagrada palabra y me reconforto.

Luego de cortas invocaciones, me sorprendo de hallar dentro del sacro libro una estampa de la virgen. Observo las lГ­neas que dibujan su perfil, la mirada emanada hacia el cielo, la magnificencia con la que reposa el pequeГ±o sobre su hombro, inconsciente del destino que le aguarda. El chico me llama. Dejo la Biblia casi al borde del escritorio. La estampa la guardo en el bolsillo de mi camisa y salgo. La comida tiene un exceso de sal que no le reprocho al muchacho. El queso, en cambio, se aplasta en mi paladar y atenГєa la sensaciГіn salobre. La dulce amargura del vino compensa el choque de estos extremos.

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ESTACIГ“N QUINTA

Estoy atento a la actitud del chico en cuyo labio se ha gestado un rasgo de mГ­mica que me permite intuir su propГіsito de hablar.

Padre, he pensado acerca de lo que hablamos ayer y no quiero estar en el infierno. Quiero cumplir con las medidas impuestas por Dios.

Lo miro con sorpresa. Sus palabras son un apoyo para soportar esta carga que me atormenta, para tapiar de una vez el pesado postigo del deseo que se me muestra como un subterfugio fГЎcil, fatuo, tentador y daГ±ino y acabar, por fin, con mis intenciones.

Las cumplirГЎs, retumban mis palabras en el comedor, mientras comienza a invadirme una cefalea. El timbre, exasperante, prorrumpe en sus llamadas.

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ESTACIГ“N SEXTA

El chico ha dirigido sus pasos hacia la puerta. Por mi parte, me he recostado en el sofГЎ con la molesta sensaciГіn de miles de agujas horadando mi crГЎneo. Observo la anatomГ­a de la seГ±ora SalomГ© que se acerca a atender mi malestar circundada por el saludo fastidioso de TomГЎs. Por sus gesticulaciones, intuyo que estoy sudoroso puesto que me ventea con un paГ±uelo. Le explica algo al muchacho que se encamina hacia la cocina. Siento mi cabeza estallar. Luego saboreo el rodar fresco del agua edulcorada. Ha sido un desequilibro en mi presiГіn arterial. Ambos insisten en llamar al doctor, pero me niego de forma rotunda. La seГ±ora SalomГ© se acerca a mГ­ una vez mГЎs y con su paГ±uelo seca de mi rostro el sudor que he destilado en el trance.

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ESTACIÓN SÉPTIMA












































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